El 25 de abril se conmemora el día internacional de lucha contra la malaria o paludismo. Una de las noticias esperadas estos días era el resultado de los ensayos en la fase III de la vacuna RTS’S, dirigidos por el español Pedro Alonso. The Lancet los ha publicado esta semana y han sido algo decepcionantes.
Frente a una eficacia del 50% en niños pequeños estimada en pruebas anteriores, el último ensayo reduce la eficacia a un 35%, lo que se acerca al umbral de utilidad y pone en duda la decisión de destinar tantísimos recursos económicos –un dineral- en preparar una vacuna en lugar de destinarlo a otras estrategias más rudimentarias –las mosquiteras- de coste muy bajo y eficacia probada.
Recapitulemos: la malaria es una enfermedad de alcance mundial, con 200
millones de casos anuales y que causa unas 600.000 muertes al año, sobre todo niños.
Es propia de zonas tropicales o incluso templadas, en donde hay calor y humedad,
hogar apropiado para el desarrollo de los mosquitos del género Anopheles, que transmiten, mediante
picadura a los humanos, un parásito sanguíneo, el Plasmodium; este parásito causa anemia, con diferentes niveles de
gravedad según la especie del parásito y la edad de la persona, siendo los
niños menores de 5 años los más vulnerables.
Primera vacuna: la de Pedro Alonso
El madrileño Pedro Alonso, médico del Hospital Clinic de
Barcelona, lleva trabajando más de dos décadas en la lucha contra la malaria,
centrándose en los últimos años en el desarrollo de la vacuna RTS’S, dirigido
todo desde el ejemplar Centro de Investigación
en Salud de Manhiça en Mozambique. La vacuna es propiedad –no debe olvidarse-
de la multinacional farmacéutica británica Glaxo, que comenzó su desarrollo a
finales de los años 80, con la ayuda de un Instituto Walter Reed del Ejército de los EEUU.
El desarrollo de la vacuna ha concitado el apoyo de iniciativas
como Alianza Global para Vacunas e Inmunización (GAVI),
de la OMS, de gobiernos de medio mundo, de la OMS y de entidades privadas como
la Fundación
Bill y Melinda Gates, que prometió destinar cientos, tal vez más de
mil millones de dólares, en el desarrollo de la vacuna.
Nadie duda del empeño puesto por el equipo de Pedro Alonso, convertido
hoy en figura de referencia mundial, tras el nombramiento en 2014 como Director
del Programa Mundial de la Malaria de la OMS; sin embargo, el estudio en fase III de la
vacuna, realizado desde 2013 en 7 países africanos en niños de 5 a 17 meses,
muestra una eficacia del 35% frente a la malaria causada por el Plasmodium falciparum, que da lugar a la
anemia falciforme (por la forma de hoz que produce en los glóbulos rojos), muy grave. Se trata de una eficacia
menor de la esperada, y aún menor en bebés de menos de 3 meses, y con un efecto
secundario inesperado grave, casos de meningitis, lo que complica
la evaluación de su utilidad, algo que tienen que decidir la Agencia Europea del
Medicamento y la OMS en los próximos meses.
La historia de la vacuna de Patarroyo es la de una novela
por entregas. Manuel Elkin Patarroyo es un eminente inmunólogo colombiano, que
también desde finales de los años 80 ha puesto en marcha una nueva vía para el
desarrollo de vacunas sintéticas; en todos estos años, Patarroyo ha visto su
laboratorio embargado –y cerrado- en los años 90, episodio que nos revela las
dificultades que deben afrontar los investigadores de los países en desarrollo
para demostrar su valía, teniendo que volver a empezar. Hoy apoyado por el Instituto
de Inmunología de Colombia ( FIDIC), con sede en Bogotá, tiene uno de sus ejes
de referencia en el Centro de Experimentación en Primates de Leticia,
capital de la Colombia amazónica, ciudad ubicada en la frontera tripartita que
comparte con Perú y Brasil.
Allí ha afrontado uno de sus últimos avatares, la denuncia
de un grupo ambientalista y protector de los animales contra la captura y uso
de monos de la selva en los ensayos de laboratorio, con acusaciones y disputas peregrinas al señalar que los monos eran brasileños y no colombianos.
Es otro episodio rocambolesco que
ha retrasado de nuevo casi dos años sus investigaciones que recordemos están dirigidas a salvar vidas humanas. En esta disputa Patarroyo ha recibido el apoyo de personalidades como la del también colombiano Germán Velásquez, del South Centre, autoridad en materia de salud internacional y acceso a medicamentos.
Este discusión bizantina sobre la protección de los animales nos recuerda los exquisitos cuidados de la legislación europea para mejorar las condiciones de cría de las gallinas ponedoras, que contrasta con la reciente actitud de Bruselas y la gran mayoría de países europeos, que observan con cinismo, y mirando para otro lado, las muertes de centenares de inmigrantes
en las costas italianas.
Un dineral… ¿bien utilizado?
Todo estas controversias, avances y retrocesos en el
desarrollo de las vacunas contra la malaria nos llevan a pensar de nuevo en las
estrategias básicas: el uso de mosquiteras, impregnadas o no con pesticidas, y
otras medidas profilácticas de bajo coste, que son las que han conducido a que
países africanos como Ruanda hayan reducido de forma drástica elnivel de malaria en su población. Un ejemplo de país que ha avanzando en la mejora de su sistema sanitario (y también en su desarrollo social y económico.) a pesar
de destinar sólo 55 dólares por persona y año.
¿Debe empezarse por distribuir mosquiteras a todo el mundo,
algo que tampoco es fácil, pues la logística tiene sus dificultades o destinar
recursos millonarios a costosas investigaciones para las vacunas? Eterno dilema
que una vez más recordamos cada 25 de abril en el Dia internacional de Lucha
contra la Malaria. Cualquier decisión será buena, cualquiera menos no hacer nada y ver, como los gobiernos
de fortaleza europa, como se mueren los pobres en nuestras costas.
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