domingo, 19 de mayo de 2019

Freud y las misteriosas anguilas



Sigmund Freud, neurólogo vienés


Publicado en la revista ACOFAR, nº 560, mayo-julio 2019


Lo cuenta Jan Morris, la brillante escritora galesa, en su obra "Triestre, o el sentido de ninguna parte”, un precioso libro de viajes sobre esta ciudad italiana situada en la orilla oriental del Adriático; una ubicación atípica, rodeada de pueblos eslavos -croatas y eslovenos, un poco más allá bosnios y serbios...- que hace que un gran número de italianos piensen que la ciudad no pertenece a su país.
Morris, también famosa periodista – fue la autora de una de las exclusivas del siglo XX, la coronación del Everest en 1953- describe Triestre, en la que vivió varios años, como una villa cosmopolita y multiétnica, en la que convivían austríacos, italianos, eslavos, judíos, armenios, ingleses... muchos de ellos comerciantes; de hecho la Cámara de Comercio era la institución más importante de la urbe. Triestre tuvo su época de máximo esplendor en el siglo XIX, cuando su excelente puerto era la entrada al imperio austro-húngaro -los dominios del emperador Francisco José y de su esposa, Isabel de Baviera, "Sissial que pertenecía.


Ejemplar adulto de anguila
Por ello, no es extraño que recibiera a finales de ese siglo la visita de un joven estudiante vienés; se trataba de Sigmund Freud, el que sería famoso neurólogo y padre del psicoanálisis, a la sazón estudiante de Medicina en la universidad de Viena. En marzo de 1776, con 20 años, llegaba a las orillas del Adriático becado por el Instituto de Anatomía Comparada de Viena, con un encargo: elucidar el misterio de la reproducción de las anguilas, y más concretamente, como eran los testítulos en las anguilas macho. No era un asunto menor. Ya Aristóteles, el gran sabio griego del siglo IV a.C., se había rendido al enigma, aventurando que las anguilas nacían por generación espontánea en el fondo de los lagos. Y en el siglo I de nuestra era, el escritor y naturalista Plinio el Viejo en su Historia Natural postuló que las anguilas se reproducían frotando su piel contra las rocas; los jirones desprendidos se convertirían en sus crías. Hipótesis fantásticas, sin duda.

El joven Freud viajaba a Triestre por haber allí una estación de biología marina; además, había sido un biólogo de esa ciudad, Simon von Syrski, de origen polaco, el que había descubierto en las anguilas dos órganos lóbulados a los que había identificado como testículos, pero persistían las dudas, pues no se había logrado ver esperma en ellos. Se sabe que Freud diseccionó con paciencia y dedicación unos 400 ejemplares de anguilas, sin lograr identificar las gónadas masculinas. Un fracaso, que sin embargo, no truncó su carrera científica. Con todo, no deja de ser curioso que el mismo pensador que atribuye al placer sexual la razón de ser del desarrollo psíquico de las personas y de forma muy importante durante la época infantil, o que postuló el complejo de castración, se haya dedicado con ahínco, con pinzas y escalpelos, a la búsqueda sistemática de los testículos de una especie animal; sobre ello publicaría al año siguiente su primer artículo científico:Observaciones... de los órganos lobulados de anguilas descritos como testículos”. 
El fracaso de Freud no debe resultar extraño: hasta 50 años después, gracias a los trabajos del oceanógrafo danés Johannes Schmidt, no se supo que las anguilas macho maduraban sexualmente, y por tanto desarrollaban los testículos, en el largo viaje -más de seis meses- desde sus ríos en Europa hasta el mar de los Sargazos, en pleno Atlántico, donde se reproducen, a grandes profundidades por cierto, muriendo después.


El misterioso viaje de las angulas

Lo de la profundidad es otro misterio, pues se trata de un animal que pasa la mayor parte de su vida en las aguas superficiales de ríos, lagos y estuarios. Así pues, no hay machos en los ríos, sólo en el mar y lejos de la costa. Hasta los trabajos de Schmidt no se pudo confirmar que las anguilas eran la misma especie que las pequeñas angulas, autoras de otro viaje no menos épico, más de 5.000 km, desde su nacimiento en el mar de los Sargazos hasta los ríos europeos, y que dura tres años; algo realmente extraordinario... por cierto, cada vez con mayores dificultades; de hecho, las anguilas, debido a las presas y embalses ya no surcan como antaño las cabeceras de los ríos, del Duero, del Ebro o el Guadalquivir. Así, ya no hay anguilas en Soria, ni tampoco en Logroño o en la sierra de Cazorla.
Misterios de la historia de la Ciencia, o de la Farmacia, donde también los hay. Sobre ellos volveremos en otra ocasión. Mientras tanto sigamos comiendo anguilas y, los que puedan, también angulas, ese bocado delicatessen, curiosamente de escaso sabor, pues lo que se aprecia es su textura, pero frenando algo su consumo; y frenando sobre todo su comercio ilegal hacia el sudeste asiático donde es un lujo aún más prohibitivo. Todo ello como homenaje a su esfuerzo y a la vista de su escasez.

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TextoXosé María Torres



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